La realidad productiva de Hato Mayor: Una lectura desde las Zonas Francas

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La economía dominicana ha consolidado en las últimas dos décadas un modelo de crecimiento sustentado, en parte, por el impulso de las zonas francas. Este sector, regulado por el Consejo Nacional de Zonas Francas de Exportación (CNZFE), representa uno de los pilares más dinámicos del país en términos de generación de empleo, atracción de inversión extranjera y exportaciones.

Según el más reciente Informe Estadístico 2024 del CNZFE, las zonas francas alcanzaron la cifra de 843 empresas activas, generando 198,552 empleos directos, con un aporte de más de RD$232 mil millones al PIB nacional. Esto reafirma su rol estratégico en la estructura económica dominicana.

No obstante, cuando se observa la distribución territorial de estos beneficios, emergen contrastes importantes que deben invitar a la reflexión. Provincias como Santiago, La Romana, San Pedro de Macorís y Santo Domingo concentran la mayoría de las operaciones industriales, mientras que mantenemos una participación marginal.

El municipio cuenta oficialmente con un parque de zona franca registrado desde 1990. Sin embargo, los datos más recientes indican que solo dos empresas están operando bajo este régimen, y el total de empleos generados asciende a apenas 104 personas.

Para entender el alcance real de este número, es importante compararlo con la Población en Edad de Trabajar (PET) del municipio. Con una población total (según el IX Censo 2022) de 51,748 habitantes, y asumiendo que el 72% está en edad de trabajar, que sería aproximadamente 37,258 personas PET.

Esto significa que los empleos generados por las zonas francas representan solo un 0.28% de su población en edad de trabajar. En otras palabras, 3 de cada 1000 hatomayorenses con edad legal para trabajar tienen un empleo en la zona franca.

La diferencia con ciudades colindantes es notoria:

  • San Pedro de Macorís genera más de 7,500 empleos en zonas francas.
  • La Romana supera los 9,000 empleos industriales.
  • Incluso territorios más alejados como Barahona o Ázua superan los niveles de inserción productiva formal que tiene hoy.

Lo que ocurre no es simplemente un tema de cifras industriales. Es un fenómeno que tiene implicaciones profundas en el tejido social: migración juvenil, informalidad laboral, dependencia del empleos públicos y estancamiento del desarrollo local. Cuando un municipio o provincia no logra retener su talento, cuando sus jóvenes deben emigrar para encontrar oportunidades o cuando el trabajo formal no llega a los sectores populares, se produce una fractura estructural que impide avanzar colectivamente.

El desarrollo no puede ser un accidente geográfico ni una casualidad histórica. Requiere visión, planificación y capacidad de articular intereses públicos y privados hacia un mismo objetivo: la generación de bienestar. La lectura de estos datos invita a pensar el desarrollo de Hato Mayor desde una perspectiva más crítica y sistémica. No se trata solo de infraestructura o incentivos, sino de una cultura de trabajo, producción y atracción de oportunidades que debe ser cultivada desde lo institucional, lo comunitario y lo territorial.

Hay recursos, hay personas, hay historias de esfuerzo. Lo que falta —y se vuelve urgente— es establecer una visión compartida sobre hacia dónde debe caminar nuestro municipio para dejar de ser olvidado en las estadísticas productivas y convertirse en protagonista de su propia transformación.

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